04 septiembre 2006

Lo retro en el automóvil actual: 1.- Hacia una definición de lo “retro”

Esa tendencia de las sociedades de todos los tiempos a fijarse en periodos anteriores de las mismas, para retomar algunos de sus aspectos, ya sean políticos, culturales, estéticos o de cualquier índole, es una invariable en la historia de la humanidad. En nuestro mundo de finales del siglo XX y principios del XXI, es lo que conocemos con el nombre genérico de lo “retro”, aunque también le demos nombres como “vintage”, “clásico” etc, sea lo que sea aquello a lo que nos referimos.

Evidentemente, cuando Homero o Herodoto se refieren a la “era de los Gigantes”, o “de los titanes”, no sólo tratan de ubicar las acciones a que se refieren en un periodo lejano en el tiempo, sino que exhiben una cierta nostalgia hacia un pasado glorioso e idealizado. Incluso Homero describe con deleite cómo los hombres de aquella época eran capaces de proezas que los de ahora (los de su tiempo, aproximadamente el siglo VIII – VII a.C.), ni siquiera pueden soñar. La Iliada o la Teogonía, son algunos de los primeros poemas escritos conocidos en el entorno indoeuropeo, junto con el hindú poema de Gilgamesh, en el que, dicho sea de paso, existe también una cierta nostalgia de pasados tiempos para el héroe Gilgamesh y su inseparable Enkidú. Estas referencias, en el Gilgamesh o en las obras homéricas, indican claramente que, de una u otra manera, la constante de la nostalgia de un pasado mejor (lejano o próximo) está presente casi en el núcleo esencial de nuestra civilización.
Sin detenernos en los muchos ejemplos de moda “retro” que la larga historia de Roma nos deja (como la colección de exóticas antigüedades que el emperador Adriano acumuló en su villa de Tívoli), probablemente uno de los más claros y visibles ejemplos de “fiebre de lo antiguo” es el Renacimiento italiano. Un momento en el que la arquitectura, la música, la pintura, la política, e incluso la moda en el vestir, vuelve su mirada hacia un pasado glorioso grecorromano. Aunque, y sobre esto se podrían escribir arrobas y arrobas de libros para sumar a las toneladas escritas ya hasta hoy, esa revisión del mundo clásico no es una mera copia, sino a menudo una interpretación, en ocasiones muy libre, de unos conceptos que, lo importante no es que existiesen en el mundo clásico, sino que los italianos del siglo XV y XVI se las atribuyeron a sus lejanos antepasados.

Desde aquel tiempo, la historia de la civilización occidental no deja de ofrecernos ejemplos de periodos en los que se mira a la estética de un pasado idealizado, buscando referentes para un mundo que, siempre que se da esta revisión, se encuentra en proceso de cambio estructural. La Italia del Renacimiento es un hervidero de nuevas estructuras políticas y económicas. Igual sucede en la convulsionada Europa de principios del siglo XIX, cuyos artistas y literatos vuelven la mirada hacia un idealizado pasado medieval para crear eso que nosotros hoy llamamos romanticismo, y también, aplicado en la arquitectura, los estilos “neo” (neo-románico, neo-egipcio, neo-gótico, neo-mudéjar...). En historia del arte se maneja un esquema que sirve para comprender la evolución de los estilos desde su surgimiento hasta su superación, en la que se habla de un periodo arcaico, para los inicios titubeantes del mismo, un periodo clásico, para la madurez, un periodo barroco, para una cierta exageración producto de la búsqueda de lo efectista y lo dramático, y un rococó o neoclásico, síntoma de una liquidación final envuelta en decadencia y ausencia de fuerza. Para el largo periodo del clasicismo europeo (s. XV – XVIII) anterior al romanticismo existe un final decadente, caracterizado, por ejemplo, por la exageración en la moda del vestir, la exuberante sexualidad de las mujeres, la frivolidad en la vida cotidiana tanto de aristócratas como del pueblo llano. Es lo que llamamos Rococó, que se produce simultáneamente a ese otro movimiento llamado Ilustración, en un tiempo en el que viven el Conde de Balmont o la Condesa de Aulnoy, periodo tan bien captado en la excelente película “Las amistades peligrosas” Todo finalizó drásticamente con la Revolución Francesa. La liquidación de las antiguas estructuras políticas y sociales que habían dominado durante siglos, conseguida a medias entre la revuelta social y la revolución industrial, es el periodo que los historiadores llaman “final del Antiguo Régimen” y que da lugar a una gran cantidad de nuevas propuestas sociales, culturales y, en definitiva, estéticas. Frente a la exuberante decadencia del periodo anterior, se inaugura un nuevo periodo, desde los Caprichos de Goya (1799) y sus “pinturas negras” (c. 1815-20) que tendrán su continuación en el romanticismo más o menos social o introspectivo de Delacroix, Gericault, Turner o Friedrich. Este romanticismo tiene buena parte de su sustrato teórico anclado en la mirada a un pasado más o menos idealizado o lejano (que pasa por encima de la reciente época absolutista europea para llegar hasta la Edad Media) que produce fascinación a estos artistas y a su época. Es el tiempo de Poe, Lovecraft y Bécquer.
Y nosotros, en cierta medida, en una sociedad en plena transformación, colapsadas las viejas estructuras de poder (aristocracia, clero...), y desequilibrado el poder de los dos grandes bloques políticos mundiales (USA vs URSS), rebuscamos también en un pasado idealizado, en busca de referentes con los que sentirnos seguros. La sociedad actual, impenetrable por definición para los que formamos parte de ella, se fija tanto en el lejano mundo egipcio que ejerce una hipnótica fascinación, como en un pasado más próximo, de los años 50, 60, 70 u 80 del siglo XX, en los que se inspiran sistemáticamente la moda (peinados, pantalones de campana...), la música (seguidores de Beatles, Stones, Doors o Kraftwerk...), el diseño de muebles (la modernidad hoy radica en los diseños nórdicos de los años 30...) , los ídolos culturales y políticos (el Che, Ghandi, Kennedy, cada uno en su ámbito)... Y por supuesto, en el diseño de automóviles.

Quizá aparentemente puede haber una diferencia esencial entre los periodos culturales a que me refiero y las actuales tendencias estéticas y culturales “retro”: que en este caso juega un factor de lucro comercial y económico que no jugó en el pasado (los propietarios de los derechos de los Beatles, del diseño de la falda plisada o del diván de LeCorbusier, por ejemplo, administran cuidadosamente las ganancias y dosifican las oleadas “retro”). Pero esto, si se detiene un segundo a analizarlo, no es en realidad así. O no exactamente. En la reinvención de la antigüedad clásica en la Italia del siglo XV existe un fondo político (y económico) esencial, que es el motor del cambio. Quizá no existe un lucro directo, en el sentido de inversión directa – ganancia directa. Pero desde luego, por poner un ejemplo, el mausoleo que el Condottiero Malatesta encargó a Leon Battista Alberti buscaba algo más que una bonita fachada a la calle. Buscaba, mediante esta estética “retro” que hundía sus raíces en la gloriosa antigüedad romana, una legitimación del linaje y de los méritos del difunto haciéndolo emparentar con los antiguos poderosos generales como Agrippa, Mario, o Pompeyo. Cuando la aristocracia gobernante en cada una de las pequeñas ciudades – estado italianas se lanza a recrear antigüedades romanas en sus palacios e iglesias, busca un claro rendimiento a su inversión: proyectar ante las otras ciudades la imagen de la auténtica “Nueva Roma”, y arrogarse por tanto la legitimación política que atraiga los negocios y mercaderes de todo el mediterráneo. Y cada uno de los nobles, al hacer esto, manda a los demás un claro mensaje: “mis méritos se comparan a los grandes emperadores y generales de la Roma imperial”. Es decir, si bien no existe una relación directa entre esta estética retro y el lucro económico, desde luego hay una búsqueda de un claro fin propagandístico con objeto de una consolidación y acrecentamiento del estatus de la persona y de su familia (o en su caso de la ciudad a la que representa) ante la sociedad. Lo cual viene a ser lo mismo.

Esta introducción sincopada sobre lo “retro” no es más que una panorámica muy general de un planteamiento mucho más sólido y desde luego contrastable. Pero sirve, sin ninguna duda, para entender con sencillez que la tendencia “retro” es una constante a la historia de la cultura universal, que se manifiesta especialmente en periodos de transición en las estructuras políticas y sociales. Y desde luego, el diseño de automóviles es una parte, especialmente importante en nuestra sociedad, de esa creación cultural y estética que no puede evitar sucumbir a los cánticos de la estética de un pasado más o menos próximo.

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