23 octubre 2008

¿Dónde está Bueller?... Un Ferrari 250 GT California en apuros


Si tienes en torno a treinta años, y eres ferrarista este artículo puede causarte alguna incomodidad. De momento, unas palabras mágicas: Ferrari 250 GT California. Y un recuerdo de tu adolescencia (que es como la mía, más o menos), la película "Todo en un día" (Ferry Bueller's day off, John Hughes, 1986).
En los años 80, el cine de entretenimiento no estaba reñido con una cierta calidad en la producción y en los guiones. Películas como "Regreso al Futuro", "Top Gun", "Tras el corazón verde" o éxitos cómo "Indiana Jones y el arca perdida", estaban en una misma línea, aunque sus resultados fuesen diferentes. Dentro del cine de entretenimiento, tuvo gran éxito, aunque con desigual calidad, un género transversal que podríamos llamar "comedia adolescente", en la que entra desde "American Graffiti" hasta "Regreso al Futuro", pasando por "Todo en un día". De alguna manera en ellas estaba el germen de lo que luego fueron algunas series de televisión: historias más o menos divertidas o descabelladas (a veces dramáticas), de adolescentes de familias muy bien colocadas en zonas repletas de glamour y dinero. Lo que convirtió a estas películas en mejores o peores fueron, sin duda, los guiones y la forma de llevarlos a cabo, pero la arquitectura a menudo era la misma.
"Todo en un día" es la historia de Ferry Bueller, un adolescente estadounidense hijo de una familia bien de Chicago, el día en el que consigue quedarse sólo en casa, lejos de sus padres y su repelente hermana. El, un prometedor Matthew Broderick, trata de vivir a tope ese simulacro de libertad loca (tan ochentera por otra parte) y en ese afán, hay un secundario de lujo. Y no es Cameron Frye (Alan Ruck), sino el precioso Ferrari 250 GT California del padre de su mejor amigo. Los que hayan visto la película recordarán algunas escenas, en las que Ferry, con Cameron, su mejor amigo, y Sloane (Mia Sara) su novia, se pierden por Chicago con el coche. El padre de Cameron tiene contados los kilómetros de su California, que tiene expuesto en una sala acristalada de su mansión de lujo, así que Ferry se mete en un lío al convencer a su amigo para cogerlo intentando que su padre no se de cuenta, y el Ferrari termina por protagonizar una de las escenas más dolorosas de la historia del cine para Luca di Montezemolo (un suponer): acaba atravesando la cristalera de un segundo piso para estrellarse en el jardin de la mansión de los Frye.
El Ferrari California es una rara serie limitada de la que solo se construyeron 104 entre 1957 y 1961 en sus dos variantes de potencia. En realidad era un 250 GT Tour de France reconvertido a descapotable por un diseñador cuyo nombre adornaría mucho tiempo después a otro Ferrari: Scaglietti. En los años 60, Ferrari comenzó a tener un cierto predicamento en los Estados Unidos, y uno de los cauces importantes fue, sin duda, el de las estrellas de cine poseyendo bólidos rojos de Maranello. En los años 50 y 60 la serie de victorias de Ferrari en Le Mans, y el épico asunto del intento de compra de la marca por Henry Ford II, dispararon la popularidad de la marca al otro lado del atlántico, creciendo por tanto la demanda. No por casualidad, en los años 70 y 80 los Ferrari comenzaron a ser habituales en el cine y la televisión producida en Estados Unidos. Los ricos estadounidenses se adornan con caros coches europeos durante mucho tiempo, y los Ferrari son un ejemplo perfecto de status. Probablemente los dos casos más famosos son el precioso Ferrari Daytona de Sonny Crockett (volado por los malosos de los traficantes de armas) y el Testarrossa blanco que lo sustituyó, pero también el 308 GTS de Tom Selleck en la serie Magnum, o el 312 F1 de la película "Grand Prix" (John Frankenheimer, 1966) contribuyeron a difundir los coches del cavallino en la pantalla.
Pero si te acuerdas de la película y te duele el alma pensando en el plano del Ferrari cayendo de un segundo piso, tranquilo. El coche usado en la película fue en realidad una maqueta construida a partir del chasis de un Mustang, con una carrocería de fibra de vidrio replicando las formas del italiano. En realidad se usaron tres coches. Un Ferrari 250 GT real, que se usó estático para los planos cortos y los detalles, una réplica hecha a partir de un Mustang, y un coche sin motor ni chasis, una mera maqueta a escala 1:1, que es la que cae a través de la cristalera en la película. Así que por un lado, el Ferrari original (las pocas piezas que salen a la venta cuestan hoy entre dos y cuatro millones de dólares) no sufrió daños, pero por otro lado, para hacer un Ferrari en pantalla, se usó ¡Un Mustang!, un desafío a los puristas, pero un gran resultado en la pantalla.
En cierta manera, los coches europeos de alta gama en las películas estadounidenses de los años 80 son un símbolo de status inequívoco y atado a un tiempo. Algo que habla de un tiempo en el que los supercoches eran los que reinaban, y en el que la exhuberancia y el exotismo eran el máximo valor al que aspirar, bien mezclado con una forma de entender el estilo... un tanto hortera. La destrucción del Ferrari en la película puede tener una lectura oculta muy evidente, que tiene que ver con algunas de las primeras palabras de Ferry en la película (una joya interpretadas en clave de años 80): "tengo un examen [...] trata sobre el socialismo europeo. ¿Para que sirve? no soy europeo, ni tengo intención de hacerme europeo..."
Por un lado, un Ferrari es un símbolo de status mucho más poderoso en los Estados Unidos en los 80 que en Europa. Pero por otro lado, sigue existiendo una pugna cultural y automovilística entre ambos continentes y... ¿Que director estadounidense puede resistirse a destruir en pantalla un Ferrari 250 GT California, sobre todo cuando no te cuesta un millón de euros?

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