23 octubre 2008

El sol en la fábrica de cristal

El último del lote para estos artículos sobre arquitectura y automóvil (podría haber habido muchos más, y bien puede haber una segunda serie a no mucho tardar), es probablemente el más complejo, ambicioso y simbólico proyecto de todos los vistos hasta ahora.Si el automóvil ha sido el objeto de diseño más trascendente en el siglo XX, más allá de la televisión o incluso el ordenador, ha sido fundamentalmente por la importancia social de las cualidades atribuidas al mismo desde el inicio. Estatus, libertad, simbolo de poder... Probablemente eso se refleja más que en ningun otro coche, en aquellos de gran tamaño y empaque. Planteado de otro modo, las grandes marcas de la historia de la automoción, lo han sido tanto por su capacidad para innovar, como por ser capaces de ofrecer coches con esas características, casi sistemáticamente. Y cualquier marca que ha pretendido elevar su rango dentro del mercado y de la percepción social, ha debido pasar por el trance de hacer un coche de estas características, aunque pocas veces se ha hecho con éxito. Volkswagen, que desde hace unos años se está reubicando en el mercado, ha llegado a este escenario de las grandes berlinas de representación con un coche soberbio en el cual todo es simbolismo, hasta el nombre: el Phaeton. Esta gran berlina no es en realidad la piedra angular de la reformulación de VW, pero sí el escaparate principal de su tecnología, la muestra de que pueden estar a la altura de las grandes premium (como BMW y Mercedes). Es decir, el gran producto con el que mandar un mensaje de gran marca. Pero en este caso, más allá de las características técnicas que el Phaeton posee por si mismo, VW decidió ir un paso más allá.El Phaeton se monta a mano en una planta separada del resto de las cadenas de producción de VW, en Dresde. Y para la marca, era tremendamente importante no sólo que el coche fuese un gran producto, sino que fuese el escaparate de la tecnología y el buen hacer de sus técnicos e ingenieros. Por ello, encargaron a Henn Architekten (el estudio fetiche del grupo VAG), la fábrica más asombrosa, en la que se pudiese comprobar con total transparencia la calidad y buen hacer que la marca de Wolfsburgo ha alcanzado recientemente. Por eso la hicieron... de cristal.La fábrica de cristal de Dresde es el perfecto paradigma de hasta que punto las necesidades de emitir un mensaje pueden condicionar a la arquitectura hasta modelarla de un modo determinado. La fábrica de Henn es, en el fondo, arquitectura áulica, dedicada al poder. VW, que tiene grandes complejos en Wolfsburgo construidos también por Henn, manifiesta sus cualidades en este edificio como si de un templo pagado por un importante emperador romano se tratase, o del palacio de un condottiero del renacimiento italiano. El edificio tiene una utilidad, y un fin. La utilidad, construir coches. El fin, enviar a todo el mundo el mensaje de que VW es una marca que no tiene nada que ocultar, y en el que sus productos son creados con tal esmero que el proceso de fabricación es como una función de teatro: todo se hace de cara al público.Probablemente no existe un caso más claro de simbolismo en arquitectura destinada al mundo del automóvil. Es un caso perfecto de aquello que los maestros Panofsky y Arnheim definieron por separado como la forma simbólica de la arquitectura aplicada al poder. Si podemos comprender que hay un nexo de unión entre el mensaje simbólico emitido por una gran iglesia románica en relación con su promotor (fundamental en este sentido el diario del Abad Suger de Saint Denis), y comprendemos que el Palacio Chigi o el Palacio de Versalles son como son porque su forma proyecta una idea concreta acerca de las cualidades de su propietario, en el caso de la fábrica de cristal de Dresde, no podemos hurtar ese nivel de análisis.Porque además, lo que sale de la Gläserne Manufaktur no es un coche cualquiera. Es nada menos que Phaeton, el hijo del sol. Todo un programa simbólico.

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