26 octubre 2008

Richard Estes en el Thyssen. El color del coche con el que miras

El arte contemporáneo es un fenónemo complejo e intenso que, sin embargo, se percibe entre el público ajeno como algo permanentemente al borde de la farsa y revestido de actitudes y estructuras elitistas. La hegemonía del arte conceptual y abstracto entre las creaciones del siglo XX, a veces llevado a la categoría de tiranía estética, ha hecho que pocas opciones artísticas diferentes hayan podido llegar al gran público, aparte del Pop Art. Una de ellas es el "Hiperrealismo", o "Realismo fotográfico", y uno de sus principales representantes es Richard Estes, del cual puede verse en Madrid, en el Museo Thyssen, una exposición hasta el 19 de Septiembre, formada con fondos particulares, algunos del propio museo, y otros de la Galería Marlborough e incluso del Guggenheim de Nueva York.
Los cuadros de Estes, en su aparente honestidad visual, muestran una realidad fragmentada, a veces dificil de comprender, con vistas intersectadas por cristales en los que se reflejan objetos que están fuera del cuadro, juegos de refracciones que descomponen y vuelven a componer la imagen, haciendo a veces de la inocente imagen de un escaparate un laberinto repleto de retruécanos y trampas visuales. En este escenario, las grandes ciudades tienen su máximo protagonismo, y dentro de ellas, los cuadros de Estes se sirven del automóvil permanentemente.
El automóvil en Estes es a veces un actor más del cuadro, como capturado sin darse cuenta, y presentado rodeado de la ciudad y sus habitantes. En otras ocasiones es el punto de vista, como en las series pintadas "desde el autobús", e incluso en ocasiones, cuando cobra el máximo protagonismo, es a través de los reflejos de la luz sobre el automóvil cuando tenemos acceso a una realidad deformada por las propias formas de los capós y lunetas.
Los automóviles son un permanente elemento en la obra de Estes, y en la exposición del Thyssen podemos ver entre el paisaje urbano los Peugeout 504, BMW serie 3, VW Beetle, Toyota RAV4 o incluso Plymouth Belvedere formando parte de la vida de la ciudad. Sin embargo, desde el punto de vista artístico, la propuesta que más impacto y repercusión ha causado de entre la obra del pintor, son las escenas urbanas reflejadas en los capós de los coches, como la célebre "Flatiron Building Reflected in Car with Figure in Bus", de 1966, o "Broad Street NYC", de 2003. Esta fórmula, imitada por el cine y la fotografía en docenas de ocasiones, no deja de ser el hallazgo de una potente imagen, una forma de representar una realidad de forma fiel, pero al tiempo sugerente, inquietante y deformada. No obstante, entre los reflejos provocados en los cuadros también aparece el automóvil fragmentado, viendo como su figura se duplica, desvanece o descompone. El caso probablemente más interesante es el de "Telephone Cabinets", en el que uno de los célebres "Yellow Cab" de Nueva York descompone su imagen en docenas de planos y reflejos frente a las plateadas cabinas, aunque el pintor deja que, finalmente, percibamos de qué objeto se trata al dejarnos ver la trasera del taxi en el extremo izquierdo del cuadro. Por último, dentro de la preocupación general y de la visualización de un problema del mundo moderno, se muestra "Car Wreck", un lienzo con un pavoroso accidente de tráfico que por un lado recuerda a la polémica serie de fotografías de Warhol, y por otro tiene una inquietante belleza y serenidad.
El "Hiperrealismo" se sirvió a menudo de los coches no sólo para explorar las posibilidades extremas de la pintura a la hora de representar texturas y efectos lumínicos, sino porque se desarrolla a partir de la segunda mitad de los años 60, el momento en el que, en Estados Unidos y en Europa, el automóvil alcanza su máximo apogeo como icono de la modernidad y símbolo del progreso, así como su extensa panoplia de cualidades como indicador social, tanto colectivo como individual. En este sentido, las obras de Don Eddy son otro ejemplo complementario a las impecables creaciones de Estes, en las que el automóvil es a veces incluso más protagonista.
El hiperrealismo se enmarca dentro de una reacción neofigurativista ante la hegemonía casi dictatorial de las propuestas estéticas de la abstracción, llevadas al extremo en casos célebres como el Neoplasticismo de Mondrian y Rietveld, la abstracción lírica de Pollock o el informalismo matérico de Tápies. Sin entrar en demasiados detalles, no es menos cierto que el "Hiperrealismo" a nivel de público no especializado, ha sido interpretado a menudo como una alternativa "lógica" a la compleja construcción teórica de los nuevos lenguajes del siglo XX: el hiperrealismo es "pintura" de alta calidad, porque reproduce la realidad en su máxima fidelidad. Volviendo, en el fondo, a la grecolatina separación entre "Ars" y "Techne", entre arte y técnica. Este planteamiento, en cambio, está lejos de comprender la raíz última del "Hiperrealismo", cuyo fin no es tanto mostrar la realidad "tal cual es", sino una realidad inteligente y sofisticadamente adulterada, sirviéndose para ello de la más precisa técnica pictórica. Es un engaño para el ojo, y por ello debe ser preciso. No es una ventana al mundo, porque el ojo no ve como el cuadro propone, y el encuadre mismo, ya resulta, como en el cine documental, una toma de postura del artista frente a la realidad, que la convierte en subjetiva. Una propuesta extremadamente interesante, representativa del arte contemporáneo, y que se encuentra instalada, como imagen o como propuesta, en el inconsciente colectivo.

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