Una de las características de la pintura del siglo XIX es la aparición en los temas de los cuadros de las nuevas máquinas que iban surgiendo como consecuencia del auge industrial del mundo occidental. Esta aparición se debía, en parte, a la revisión de los temas clásicos en la pintura, pero también a la preocupación de muchos de los pintores por la actualidad que les rodeaba, de la cual, en muchos casos, formaban parte activa. En el caso de las últimas décadas de este siglo, como hemos comentado repetidamente aquí, y en el último artículo sin ir más lejos, la aparición del automóvil coincidió con un punto de inflexión en las artes plásticas, entre cuyas características esta la entregada adhesion a todo lo que significase modernidad y cambio, de lo cual el automóvil fue, como hemos escrito a menudo, un profeta. En la Cataluña de fin de siglo, la burguesía industrial emergente se echó en brazos del nuevo estilo, como una forma de distinguirse de la aristocracia terrateniente, significada por el arte más tradicional y clasicista. Este empuje propició la aparición de una serie magnífica de artistas, desde Fortuny o Domenech i Montaner, a Gaudí o Ramón Casas, en un momento en el que se ubica la estancia de Picasso en Barcelona y en el que, por unos años, esta ciudad es el centro de las artes en España.


Ramón Casas (1866 - 1932) es uno de los pintores más relevantes del modernismo español y catalán, particularmente por su visión de los conflictos sociales del momento, y especialmente por su producción de retratos y carteles. En un momento en el que el cartel publicitario es un campo del arte nuevo y emergente que va a revolucionar la plástica en pocas décadas, los carteles de Casas se dan la mano con la esplendorosa producción del modernismo austriaco, con Mucha (del que se puede ver una gran exposición en Madrid en estos días) y Klimt, o de la vibrante y desenfadada visión del genio Toulouse - Lautrec en Paris, cuya obra pudo conocer en primera persona. Sin embargo, Ramón Casas, procedente de una acomodada familia, fue también un amante y pionero del automóvil en Cataluña y por tanto en España, y a su profesión artística somó siempre el ambiente de las primeras carreras e incluso participó en la creación del Real Automóvil Club de Cataluña, cuyo primer escudo fue, además, diseñado por él mismo.

Casas, que como pintor destacó más por su capacidad para el retrato que por sus intenciones rupturistas con la plástica del momento, fue en cambio el pionero en España en introducir la imágen del automóvil en los temas de la pintura tradicional. Si en el pasado las mujeres de la burguesía se retrataban en su jardin, leyendo o simplemente posando para el pintor, Casas las ubica rodeadas de automóviles, o incluso hasta conduciendo uno. Esto es algo que no se presenta exclusivamente en la pintura de Ramón Casas, ya que el automóvil fue en aquellos años un referente para las mujeres desde sus mismo inicios por diferentes razones, y los lugares de encuentro entre ambos fueron mucho más allá de la publicidad. Por ello, la imagen de la mujer en Casas aunque languideciente y recreada en lo esteticista en sus carteles, muestra también un emergente movimiento de modernización que, claramente, se identifica en esa relación con el automóvil.

Para Casas, así como para muchos de los modernistas, el automóvil es un símbolo de una sociedad nueva, así como el ferrocarril lo fue para los artistas de mediados del siglo XIX, como reflejó Turner en el celebérrimo "Velocidad, vapor y lluvia" de 1856. Su afición personal por el automóvil, se retrató varias veces con sus propios coches, le llevó a incorporarlo como elemento de modernidad a otra de sus principales actividades, el diseño de carteles. Del mismo modo, la imagen del artista a bordo de una de estas estrafalarias máquinas, que podemos ver en esta imagen además de este popular autorretrato conduciendo, en vez de retratado en un estudio rodeado de elementos extraños con complejas interpretaciones iconológicas, da idea también de la fuerza con la que, incluso artistas relativamente moderados como Casas, se veían empujados a transformar las viejas estructuras que sostenían el arte desde siglos atrás. Esta fascinación por la nueva máquina, la había compartido Toulouse - Lautrec, quien en 1896 había realizado una litografía con un conductor a bordo de su coche, que por su composición (subido al coche, y no a pie de camino viéndolo pasar) incorporaba a la pintura no sólo la imagen del automóvil pocos años después de su aparición, sino también una forma de percibir a la máquina que el cine heredará como predilecta, y un concepto de dinamismo que impregnará a todo el primer tercio del siglo XX: la fascinación por la velocidad.

El auge del cartelismo en la Europa de cambio de siglo XIX al XX está en estrecha relación con nuestra publicidad y nuestra cultura popular. No en vano, el auge de lo retro, que podemos comprobar tan fácilmente como entrando a tantos y tantos locales comerciales, bares tiendas etc. en cualquier ciudad española, bebe de estas décadas para encontrar un "aire" entre distinguido y kitsch. Sin embargo, en aquella época, el cartel fue vanguardia de la plástica, y también de los temas. Así, si la mujer se convirtió, ya entonces, en imagen del reclamo publicitario por excelencia y Ramón Casas supo asociarlo con el automóvil para establecer una alianza que, en aquel momento, fue de gran fortuna. La participación de Casas en los primeros pasos del RACC conocieron además el diseño de varios carteles para las carreras, como este para la copa Tibidabo de Mayo de 1914.

Ramón Casas encarna de forma muy visible un caso frecuente entre los artistas del cambio del siglo XIX al XX, el de aquellos atrapados entre la tradición de la expresión plástica y la modernidad de un mundo que cambiaba demasiado deprisa a su alrededor. La comodidad económica del entorno del pintor le permitió acceder al capricho de moda entre la burguesía a principios del siglo XX, el automóvil, pero Casas, sin llegar a desarrollar una estética que fracturase lo conocido, y sin salirse del amanerado, elegante y lánguido modernismo, comprendió que aquella máquina significaba algo más que un entretenimiento de gente de las ciudades, y que en ella se escondía un mundo nuevo que probablemente no podía ni imaginar. Y no es menos importante, que en esa visión de la máquina fascinante, Casas incorporase a la mujer a sus mandos.