27 marzo 2009

Gran Torino: Canción triste de Highland Park



Como si las cosas no sucediesen por casualidad, poco después de haber publicado el artículo sobre el Teatro Michigan de Detroit, se estrenó (y pude ver) "Gran Torino", la última película del último gran clásico del cine, Clint Eastwood. Sin esperar nada en concreto, solamente escuchar la historia que este cronista llamado Eastwood tenía que contarme, me encontré ante una película que, sin ser un monumento desde el punto de vista cinematográfico, es en cambio un imponente relato, resumen y ajuste de cuentas con la historia de Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX y con la propia obra de Eastwood, todo girando en torno a un veterano pero hermoso, desfasado pero sugerente, y siempre brillante y cautivador, Ford Gran Torino verde de 1972.

Según el director, con "Gran Torino" Eastwood se retira del oficio de actor para dedicarse a la dirección. Quizá por eso, esta película se ha convertido en un testamento cinematográfico, pero sobre todo en un testamento cultural, y en una crónica del último tercio del siglo XX, ese del que Eastwood y sus personajes han sido protagonistas y cronistas a la vez. Un repaso a uno de los elementos clave de su carrera, ese personaje retrógrado y atado a la violencia que encarna tan bien Harry el Sucio. Pero eso es, a la vez, un repaso a la historia de Estados Unidos en los últimos cuarenta años, y es ahi donde "Gran Torino" adquiere sus más importantes, profundos y atractivos niveles de lectura. Y donde el automóvil, en concreto y en abstracto, se convierte en hilo conductor esencial, hasta el punto de que la película se desarrolla en Detroit.

En Sin Perdón, uno de los mejores Western de la historia, el director ya realizó une ejercicio de cierre y testamentario sobre otro de los vectores de su carrera, el género del Oeste. La historia de William Munny es en realidad un epílogo y épico cierre a la vida del personaje que acompañó al actor y director en su carrera, ese que hemos dado en llamar "El hombre sin nombre". Desde "El manco" de Por un puñado de dólares y las demás las películas de Leone, los personajes del Western para Eastwood se caracterizan por un pasado enigmático, que a veces los coloca a caballo de lo natural y lo sobrenatural. Personajes que más que tener en la violencia un modo de vida, se diría que tratan de huir, en vano, de una brutal violencia que atormenta su pasado. El personaje de Infierno de cobardes, el sobrecogedor sacerdote de El jinete pálido y el mismo Josey Wales que, en el final de su huida, trata de escapar de si mismo en El fuera de la ley, parecen ser antetipos del mismo el William Munny que, al final de su vida, trata de escapar de sus pecados en Sin Perdón.

"Gran Torino", es un ajuste de cuentas con el otro personaje clave en la filmografía de Eastwood, el "vaquero moderno". Harry Callaghan, Harry el Sucio, Tom Highway en El sargento de hierro, el Philo Beddoe de Duro de Pelar o el agente Frank Horrigan de En la línea de fuego, parecen encarnados en el amargado y obsesivo Walt Kowalski de su última película. El "nuevo vaquero", es un personaje clave en el cine estadounidense, y también en el europeo, en el último tercio del siglo. Mitad herencia de los antihéroes del cine negro, y mitad una trasposición del vaquero del Western al mundo moderno. Un hombre libre, independientemente de si es policia, militar o civil, que sigue sus propias reglas, aunque en muchas ocasiones estas reglas son un rudimentario y violento código de honor enganchado al "ojo por ojo". El "nuevo vaquero", tiene dos signos de identidad, que Eastwood supo siempre aprovechar en sus películas: su arma y su coche, este último como trasposición del caballo del antiguo Oeste. Desde Frank Bullitt hasta el televisivo Ricardo Tubbs, pasando por Smokey and the Bandit o el Leonard Shelby de Memento, esta asociación ha sido terriblemente fructifera para el cine y la industria automovilística, dejando algunos memorables ejemplos largamente recordados. Personajes que surgen de un Estados Unidos en época de plenitud económica, pero enfrascado en una guerra fría y una actitud bélica en todo el mundo en virtud de la doctrina del derecho a la defensa que arranca del mismo presidente Truman. Y personajes que son, en cierto modo, una personificación del país. Pero no sólo por su actitud justiciera, sino por su ansia de libertad, en cierto modo imposible y siempre amenazada por la propia justicia universal que permanentemente los tiene bajo su escritinio. "Nuevos vaqueros" que, vivan o mueran, parecen ganar siempre, y que en cierto modo son una mezcla de realidad y deseo. Quizá no por casualidad, uno de los personajes que probablemente mejor encarna este rol en el cine del último tercio del siglo, es el extraño y atormentado Kowalski de Vanishing Point, y su huida sin final por los desérticos parajes del medio oeste.

Pero Eastwood sabe que el "Nuevo vaquero" no tiene nada más que contar en el mundo actual. Por eso lo presenta viejo, un tanto desvalido, y sobre todo desubicado. Walt Kowalski, un inmigrante polaco ex-combatiente en Corea, tuvo que encontrar un modo de vida a su vuelta de aquel infierno. Y la realidad diaria, con el paso del tiempo, nada tiene que ver con el relato épico del personaje que hemos conocido en los últimos cuarenta años. Pero sobre todo porque también el país ha cambiado dramáticamente, para adaptarse a una realidad mundial en la que el vaquero estadounidense ya no es el apuesto héroe salvador y justiciero. Es el último blanco en su vecindario, y odia por igual a sus vecinos inmigrantes, (aunque él mismo y sus mejores amigos son inmigrantes) y a los americanos que le rodean, amanerados y blandos, según él, empezando por sus propios hijos.

El Kowalski de Eastwood es un símbolo, y toda su vida lo es. El "Nuevo vaquero", inmigrante y conservador ve, al final de su vida, cómo sus hijos, que son lo que el no es, americanos, han tirado por tierra ese "sueño americano" que pertenece tanto o más a los inmigrantes que a los locales. Vive en una ciudad que, de ser el antiguo emblema de la industria americana, es hoy un lugar decadente y que tiene menos de la mitad de población que en 1950. El viejo Walt trabajó cuarenta años en la Ford, y vive en un barrio que creció al calor del desmesurado crecimiento de Detroit en los años 20 y 30, Highland Park. En Highland Park estaba la primera fábrica de Ford, en la que en 1913 se instaló la primera cadena de montaje que cambió la historia de la industria. Highland Park, una inmensa barriada ortogonal de viviendas con jardín, es hoy una de las zonas más desestructuradas y peligrosas de Detroit. Y un ejemplo no de la grandeza del "Made in America", sino de las consecuencias desastrosas de la errónea gestión del crecimiento de la ciudad y del país, y de las catástrofes económicas y sociales que ha creado esta actitud de "vaquero del mundo". La planta de Ford en Highland Park dejó de producir coches en los años 30, y tras la militarización de la Segunda Guerra Mundial se dedicó a la construcción de vehículos agrícolas, mientras que el grueso de la producción se trasladó a Dearborn, donde la planta de River Rouge fue durante décadas la fábrica más grande del mundo. Con el paso de las décadas, Highland Park se convirtió en un suburbio desarticulado y repleto de familias de bajos recursos, con una alta tasa de inmigrantes, muchos de ellos llegados a Estados Unidos como resultado de la política expansionista e intervencionista de los diferentes gobiernos.

El Gran Torino de 1972 que Kowalski custodia con celo extremo es un símbolo de otro tiempo para él pero también para el país. Un coche construído justo un año antes de la crisis del petróleo de 1973, que supuso una terrible sacudida para la industria norteamericana del automóvil, y a la vez el desembarco de los fabricantes japoneses que, casi cuarenta años después, son líderes en ventas. Hoy, cuarenta años después, los hijos de Kowalski compran coches japoneses mientras que los pandilleros japoneses admiran el Gran Torino y lo desean.

Kowalski personifica a un Estados Unidos construído por inmigrantes (el peluquero italiano y el constructor irlandés son los mejores amigos de este polaco), que sin embargo ha pasado décadas odiando a los inmigrantes. Ahora, en cambio, se enfrenta a una encrucijada en la que la refundación de los valores sociales que el país hace décadas que había abandonado, pasa por los propios inmigrantes. Y el país precisamente había abandonado esos valores para dedicarse a ser el vaquero justiciero del mundo. Así que Eastwood / Kowalski, saben bien que el tiempo del vaquero moderno americano, ha acabado.

El final de Kowalski es un cierre repleto de simbolismo, incluso religioso, a la vida de Harry el Sucio. Que al final de su vida repleta de fracasos y angustiada siempre por el fantasma del "sueño americano" nunca alcanzado, entiende que está de más en el mundo. Todo el final de "Gran Torino" es un breve y atractivo "apocalipsis", en el que el nuevo vaquero se inmola, es acribillado por los enemigos que ha alimentado toda su vida, pero deja como heredero de su idea de solidaridad, libertad y responsabilidad social, al jóven Thao, el inmigrante Hmong vecino y centro de una familia más estructurada que la suya propia. El jóven Thao representa la esperanza de refundación para Eastwood hasta el punto clave de que, por un lado, le previene de cometer errores con la violencia como él ha hecho (con todas las lecturas que esto implica) y acaba por cederle su "caballo", su hermoso Gran Torino, para el que sus propios hijos no han hecho méritos suficientes.

Todo "Gran Torino" es una fábula escatológica, un relato de un "fin de los tiempos" y de una esperanza de refundación en la que Eastwood / Kowalski cede a los inmigrantes actuales en Estados Unidos, victimas de la política exterior y víctimas del fracaso del "sueño americano", la responsabilidad de reconstruír, sobre unos cimientos exiguos pero sólidos de solidaridad, trabajo y honestidad, un país que sus propios guardianes han marchitado.

El que toda esta historia se desarrolle en Detroit, en la zona de Highland Park, donde empezó el despegue de la industria estadounidense, y que gire en torno a un hermoso Gran Torino de 1972, viene a consolidar el carácter de icono y referente sociocultural y económico que el automóvil ha tenido en la historia del siglo XX. Y que esta fábula sobre la refundación se de en Detroit, eleva el relato a auténtico poema épico de la sociedad contemporánea.

No sólo Eastwood ajusta cuentas con Harry el Sucio. Lo hace con todo Estados Unidos y con el siglo XX. En cierto modo, consigo mismo.