18 agosto 2012

Fiebre del Automóvil. El Museo Vostell Malpartida de Cáceres

En el último tercio del siglo XX el automóvil y el arte sufrieron a la par interesantes procesos de reinterpretación y, de alguna manera, refundación a partir de conceptos radicalmente nuevos. En el caso del coche, la explosión de la cultura del automóvil en los años 60 tuvo un dramático frenazo en seco con las sucesivas crisis del petróleo que empezaron con la de 1973, las cuales destaparon una realidad, la de la crítica sostenibilidad del mundo “sobre ruedas” hasta entonces oculta. En el campo de las artes la exploración de las diferentes ramas del arte conceptual (que habían empezado con Duchamp cuatro décadas antes) cambiaron profundamente el panorama de la creación plástica iniciando un difícil camino en el que, de alguna manera, todavía se encuentran. Estas dos circunstancias facilitaron que en este periodo el automóvil se incorporase al discurso de las artes con un nuevo lenguaje y con nuevos significados. Los creadores plásticos, a la hora de construír la reflexión sobre la sociedad, las metáforas del mundo de consumo o las alegorías de la velocidad y del brutalismo encontraron en diferentes aspectos del automóvil y su industria un gran aliado.

Si hay un lugar en el que comprender el resultado del cruce entre estas dos tendencias de final de siglo, ese es el Museo Vostell Malpartida, en Cáceres. Un riquísimo paraje natural, Los Barruecos, en el cual se encuentra el museo, antiguo lavadero de lana, donde la obra del alemán Wolf Vostell ofrece una viva e intensa mirada al Fluxus, movimiento artístico del que es uno de los principales representantes. Un lugar en el que los coches se convierten en extraños insectos, se petrifican como figura bíblica o son colonizados por instrumentos musicales.

En casi cualquier libro que trate sobre la presencia del automóvil en el arte contemporáneo, nunca faltan referencias a la obra de Wolf Vostell. La utilización de coches o partes de coches en sus cuadros, esculturas, instalaciones ó performance es un rasgo de estilo del artista alemán, dentro de un discurso artístico enfocado a la reflexión y crítica a la sociedad contemporánea de consumo, de la que el automóvil es, para bien y para mal, protagonista absoluto.

En el Museo Vostell destaca un puñado de obras que usan total o parcialmente coches en su creación. En el orden de la visita, me detendré un poco sobre cada una de ellas.

Fluxus Buick Piano (1988) es un ambiente resultado de una de las acciones de happening “Desayuno de Leonardo da Vinci en Berlin”. Se trataba de una actuación artística en la que un piano dentro del vano motor de un Buick LeSabre 455 permitía a los participantes crear sonidos diferentes. El Happening contaba con otro coche, un Lincoln Continental sobre el que los actores arrojaban trozos de adoquin, que se encuentra también en la primera sala del Museo Vostell. Ambos son, al tiempo que una llamada de atención sobre la importancia (Excesiva) del automóvil en la sociedad, una reivindicación también de una nueva escala de valores estéticos en la que los ruidos mecánicos y de la sociedad moderna, como el motor de un coche, fuesen reclamados como una suerte de música del presente.

En la misma primera sala se encuentra el interesante ambiente “Fiebre del automóvil” (1973). Un desasosegante Cadillac Fleetwood que mueve sobre el suelo unos rastrillos como si de las patas de un insecto se tratase y que se encuentra rodeado de delicados platos de cerámica. El ambiente es resultado de uno de los happening de Vostell “Berlin – Fieber”, una abierta crítica al poder destructivo y esclavizante que el automóvil ha desarrollado en la sociedad moderna. Particularmente importante es esta visión cuando coincide en el tiempo con los sucesos que rodearon a la crisis del petróleo de 1973 y las sucesivas crisis que dispararon el precio del carburante y rompiendo de forma dramática el idilio que hasta entonces la sociedad había tenido con el automóvil.

Si “Fiebre del automóvil” es desasosegante, las piezas que se encuentran en el exterior del museo no lo son menos.

En uno de los patios, justo delante del antiguo lavadero de lana, se encuentra una de las obras más famosas del Museo Vostell Malpartida y que tiene que ver más directamente con el automóvil. “¿Por qué el proceso entre Jesús y Pilatos duró solamente dos minutos?”, un imponente tótem compuesto por el fuselaje de un avión de combate MIG que “atraviesa” a un Seat 1430 y un Seat 132 de los cuales asoman televisiones y otras piezas relacionadas con el universo del Fluxus. La fantasmal figura del tótem se ha convertido en uno de los iconos más repetidos siempre que se habla del automóvil en el arte conceptual. El aire apocalíptico de esta pieza recuerda que su concepción es, como en el caso de algunas de las obras de Vostell, muy anterior a su creación material (Pensada en los años 70 pero no ejecutada hasta 1996 en este caso)

Dentro del exhuberante paisaje natural y de la sugerente y en ocasiones radical obra de Vostell y otros artistas del Fluxus se encuentra una gran cantidad de referencias al automóvil. Piezas, neumáticos, huellas... Dentro de las salas de la Donación Fluxus “Gino Di Maggio” hay otras dos piezas del propio Vostell que merecen ser destacadas. “Energía” (1973) es una instalación compuesta por un Cadillac Fleetwood y un muro compuesto por barras de pan. El Cadillac tiene en su interior una parrilla para sujetar rifles, algunos de los cuales están dentro del coche. Por otro lado, “Per Gino” (1997) se trata de un mural con un mosaico de proyecciones extraídas del happening “Auto-Fieber” (1973).

Pero el Museo Vostell es una experiencia total. Para visitar “Coche y hormigón” (1976) es preciso dar un paseo rodeando el lago, contemplando la rica y abundante fauna que habita Los Barruecos (desde cigüeñas a milanos pasando por ánades de todos los colores) y llegar hasta un onírico roquedal. Allí, emparedado en un enorme bloque de hormigón se encuentra una de las esculturas “automovilísticas” más conocidas de Vostell, con ese coche que, atrapado para siempre en el gran prisma sólido, se mimetiza con las rocas como un fósil. O como un Han Solo. “Coche y hormigón” contiene un coche real en su mismo corazón, de manera que la presencia del automóvil en este caso no es simbólica sino rotundamente material.

Desde la ubicación de esta escultura, y junto al grupo “El muerto que tiene sed” (1978) se puede contemplar el conjunto del Museo Vostell Malpartida. La obra de Vostell y otros artistas del Fluxus, que a priori podría parecer demasiado atada a la coyuntura social y cultural de su momento, soporta en cambio el paso del tiempo de un modo muy apreciable. Creo que casi 40 años después de la creación de algunas de estas obras, la vigencia de los conceptos que las animan y los mensajes que propagan sigue estando inmaculada. Lo cual habla mucho de la obra de Vostell. O muy poco del presunto progreso de nuestra sociedad.

Cabe destacar también, aunque su "material artístico" sean motos y no coches, el gran telón "El fin de Parsifal", creado por Salvador Dalí para el Museo Vostell, producto de una colaboración con el artista alemán. Vostell instaló en el museo del artista catalán un tótem hecho de televisiones, y Dalí adaptó una obra concebida en los años 20 para su realización en el museo cacereño. El telón, una gran serie de motos Sanglas que se presentan como una visión apocalíptica, es en realidad la adaptación de una idea de Dali para la escenografía de una representación del "Parsifal" de Wagner en la Opera de París, aunque en el caso original se trataría de bicicletas.

 

De la importancia del automóvil en la obra de Vostell da fe “Vostell Automobile” el libro del aragonés Pablo J. Rico. Una obra de obligada referencia para estudiar la relación entre el automóvil y el arte contemporáneo a través del Fluxus y Vostell.

La visita al Museo Vostell Malpartida es otro obligado trámite para aquellos que quieran conocer bien el ambiente del Fluxus y la obra del artista alemán. Pero para el reducido grupo de quienes quieran contemplar la relevancia del automóvil en la cultura y el arte del último cuarto del siglo XX, esta visita es casi un viaje iniciático.

El Vostell os espera. El lugar no lo señala una X, sino un totem con dos coches ensartados

 

* Fotos: Museo Vostell Malpartida / Luis Miguel Ortego

** Relacionado: Automóvil, escultura y paisaje