16 junio 2009

Mi coche y yo. Los retratos de Andrew Bush y Mateo Ferrari


Durante el siglo XX, ningún otro objeto de consumo ha ayudado tanto a definir, generar y reflejar las identidades de las personas como el automóvil. O al menos, de la inmensa mayoría que representan las clases medias, dentro de esa inmensa minoría que son los países desarrollados del mundo. Pero incluso fuera de ese coto privado, en cualquier lugar del mundo donde hay un coche y un propietario, este inmediatamente establece una relación identitaria con el vehículo, en el que ambos se intercambian características y acaban reflejándose mútuamente. Posiblemente porque las personas se relacionan de un modo diferente con aquellos objetos cuya cualidad es definir un espacio que puede acogerlas. El coche se convierte en un coche de algún modo único, no sólo por aquello que introduzcamos en él, sino porque lo identificamos como el espacio en el que vivimos. Y nosotros nos volvemos un poco como nuestro coche también.

Andrew Bush, hace ya muchos años, exactamente veinte, que inició un maravilloso viaje fotográfico cuyas resonancias remiten directamente a los fotógrafos testigos de la América profunda, desde la recientemente homenajeada en Photoespaña, Dorothea Lange hasta el mítico Richard Avedon.

"Vector portraits" es una original obra cuyo planteamiento apunta, además, en varios campos del arte, la sociología, y la teoría de la fotografía misma. Bush, se dedicó durante años a hacer fotografías a algunos conductores dentro de sus coches mientras circulaban en el entorno de Los Angeles. Las fotografías se convierten en retratos al capturar en el tiempo un instante en movimiento de la conducción del coche por sus dueños. Una conducción que es un acto esencialmente privado, en cuanto que sucede dentro de un espacio privado, pero que se desarrolla a ojos de todo el mundo. Las imágenes se convierten entonces en un retrato, casi psicológico, de la persona que conduce, lo cual Bush acentúa con las informaciones acerca de la fecha, lugar y situación en la que se produjo la foto: "Hombre circulando hacia el sur, entre 58 y 67 millas por hora, en el carril lento de la Interestatal 5, cerca de la salida de la Avenida Fletcher a las 2:40 PM un jueves en 1991", o "Madre intentando vigilar a su hijo a 31 millas por hora en Rodeo Road, en Los Angeles, a las 10:28 PM, en un martes de Febrero de 1997". Desde el punto de vista técnico, el hecho de que las fotos estén realizadas desde un coche conducido por el fotógrafo, y con un mecanismo con flash, hace que la iluminación, encuadre y foco de las mismas adquieran caracter monumental, en muchas ocasiones, o mundano, en otras, pero siempre con una textura de retrato que enriquece tremendamente el carácter de la obra de arte.



"Vector portraits" es, a mi entender, una de las obras definitivas que instalan el automóvil dentro del imaginario plástico de la sociedad. Y no por meterlo dentro de una obra de arte, sino por el papel con el que aparece en ella. Más allá de la fascinación deificadora de las vanguardias, o de la explotación icónica del arte de mediados de siglo, los coches son parte de las personas retratadas, y no un complemento, ni siquiera como un marco, sino una parte esencial de la persona. No en vano, el planteamiento de retratar a la gente ya no dentro del coche, sino conduciéndolo, es lo que permite dar con el momento exacto de unión entre conductor y máquina.


Una idea prácticamente idéntica a la de Bush, aunque con una ejecución diferente, se encuentra en "Streets, Cars and Drivers", una serie de fotografías del alemán Gosbert Adler realizada en la región de Reggio Emilia, en Italia. Adler planteó su serie como una sinfonía urbana de la Emilia, fijándose en cuatro grupos del paisaje urbano: las calles, los coches, sus conductores y el río. En la parte llamada "Drivers", nos encontramos con retratos similares a los de Bush, realizados en esta ocasión a pie y no desde el mismo coche, y sin más ayuda que un teleobjetivo en muchas ocasiones. La textura de las fotos, y los encuadres son muy inferiores a los del americano, aunque probablemente sobre todo porque el objetivo de ambos es diferente para sus fotos, y mientras que Bush busca hacer de sus fotos algo excepcional, Adler trata de que la espontaneidad sea un valor en las suyas.

De algún modo, incluso aunque no queramos, el automóvil habla de sus conductores. Tanto si existe una fuerte identidad, como una simple relación "Máquina - Usuario", el automóvil y la forma en que lo usamos es un vector tan fuerte en la proyección (y también construcción) de nuestra identidad que es un "Fósil guia" perfecto para entender nuestro tiempo y nuestro mundo. Hace ya algunos meses que, por casualidad, mientras recopilaba información para escribir sobre Andrew Bush, tropecé con otra interesante obra cuyo planteamiento inicial es retratar a la gente con su coche.


Matteo Ferrari, en su "Monogamia Automovilística", plantea la que bien podría ser una historia de los "Drivers" de Adler o los "Vector Portraits" de Bush, pero contada desde otro punto de vista. "Monogamia automovilística" es una serie fotográfica con obras compuestas por dos retratos de personas junto a su coche, en el mismo lugar pero con veinte años de diferencia. En realidad, el proyecto se propone recrear fotos familiares veinte años después, de manera que se reunía de nuevo al coche, las personas y el lugar, para, en el mismo encuadre, repetir la foto. Sólo hace falta ver una foto, cualquiera de la serie, para darse cuenta de que "Automotive monogamy" es una conmovedora obra, con la dulce y perversa dósis de melancolía necesaria para ser capaz de remover los cimientos del más pintado, pero que al tiempo cuenta hermosas y desconocidas historias a través de los ajados (o no tan ajados) trozos de chapa que componen el cuerpo inerte de un automóvil. No por casualidad los modistos, o mejor dicho, las grandes multinacionales de la moda, procuran siempre incorporar coches clásicos en las fotos promocionales de sus colecciones, y los locales más "cool" decoran sus muros con fotos de viejos conocidos con ruedas. La capacidad de evocación de un automóvil viejo en cualquier circunstancia es máxima: se trata, a nuestros ojos, de una ruina romántica, un símbolo perfecto del paso del tiempo, una oportunidad para reflexionar sobre la volatilidad de lo mundano, y tantas otras cosas. Pero un coche unido a las personas que lo poseen, y cubierto por veinte años de vivencias que desconocemos, ofrece una imágen tan aparentemente inocente pero tan poderosa que es perfectamente comparable a la monumentalidad de los retratos de Bush, aunque por razones diferentes.


Los retratos fotográficos de Andrew Bush, tanto como los de Matteo Ferrari ofrecen un hermoso e intrigante frontispicio a la densa historia del final de una era. En un futuro nada ficticio ni apocalíptico, es probable que el modelo de transporte individual que usemos o usen nuestros descendientes sea muy distinto del automóvil rodando por la carretera. Tanto que sea difícil concebir que en el siglo XX, y los inicios del XXI, la gente deseaba tener coches en los que perdía dinero, en los que se metía en horribles atascos que contaminaban irremediablemente el aire; con los que perdía la vida; cuyo combustible propiciaba guerras;... pero a cuyos mandos, rodando por una carretera desconocida, con el viento ululando y alborotando sus cabellos con sus manos invisibles, deslizándose por un paisaje que las ventanillas convertían en un lienzo, podían imaginar cómo sería el otro gran deseo perdido del siglo XX: la libertad.